jueves, 8 de diciembre de 2011

verde introspección en un día de invierno




A veces me da por levantarme un poquito la piel.
Cuando estoy descuidado
me da por tirar de la herida que siempre tengo
abierta. Me gusta
engañarme, pero también escudriñar por debajo del escudo que tengo. Y veo
que la sangre fluye. Por entre mis entrañas,
desde no sé bien dónde y sin saber a qué lugar va a parar, todo mi ser
bulle por dentro. Y me gusta
descubrirlo. Sobre todo en estos días grises; en los que me quedo absorto mirando nada.

A veces
me sorprendo sorprendiéndome
apagado. ¿Soy yo?,
me pregunto. Y entonces huyo de aquel ser
frío, melancólico, moribundo, joven, podrido, sano, perdido. Y me abandono
ahí mismo. Y corro,
para no mirarme. Y cuando me veo cansado, de vuelta, mojado
por la tormenta, es el momento que aprovecho para hacer el quiebro y meterme
en lo profundo. De mí.
Me encanta estar despistado,
de la vida,
de mí mismo;
porque es cuando me encuentro.

A veces
me meto en mi cama,
mientras estoy dormido, cuando agarro mi almohada como nunca
y relajo mis piernas a su antojo. Y ahí me apasiona
sobar mi alma, hacerle el amor a mi corazón abandonado.
Como en un sueño. Y violarme
en secreto. Sin gritar, ni reír. Tapado
con la manta de la esperanza,
soñando un nuevo día.

A veces
me vuelvo otoño. Una a una mis hojas se caen,
o las tira la ventisca. Con el romanticismo de lo caduco
mi vida se marchita. Y se hiela
mi sentimiento.
La sensación de la hojarasca en mis pies me trae buenos recuerdos
de la niñez. ¡Qué más quisiera ser un crío!
Pero los años te enseñan
que lo muerto no está
para que juegue el viento con ello. Esas hojas hay que quemarlas. Me enloquece preparar mi tronco, y podar mis ramas.
Me gusta quedarme desnudo.

Y esperar
la primavera soñando un nuevo día,
porque es cuando me encuentro, en estos días grises
en los que me quedo absorto
mirando nada.
Desnudo.